Realmente se encontraban ambos muy
excitados, y aunque la canción de moda que el guión dictaba pinchar duraba
apenas cuatro minutos, dieron rienda suelta a su planeada fantasía, alcanzando
el común orgasmo —que la chica reflejó en gritos y gemidos de intensísimo
placer— con tiempo suficiente de presentar el siguiente tema; fue en ese
momento cuando el locutor, con los pantalones ridículamente enroscados en los
tobillos, se percató del terrible olvido que había cometido: todo aquel tiempo
habían estado en el aire.
Y su esposa nunca dejaba de oír el
programa.
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